Siempre hay una primera vez para todo, equivocarse y superarlo. La vida es aprender, de caerse y levantarse. Los padres, así como los maestros son quienes ayudan a los niños en estos tropiezos, incentivando a que no pierdan las ganas de seguir intentando, de saber, de explorar y de aprender.
Por eso es fundamental con quién comparten el descubrimiento del mundo, quién les enseña las palabras y el significado de lo que nos rodea. Enseñarles a mirar con curiosidad y, sobre todo, a no apartar nunca la vista.
Los niños, desde sus primeros momentos de vida son curiosos, es decir, que es una capacidad innata. Pero sí esa curiosidad no se trabaja, se pierde con el paso de los años. Durante ese período de curiosidad no dejan de tocar, de observar, y de preguntar cosas como ¿Por qué los perros no hablan? ¿para qué sirve mi ombligo? o la famosa ¿cómo vienen los bebes al mundo? Y en algunos momentos los adultos podemos frenar esa curiosidad pidiéndoles que no hagan más preguntas, pero es un grave error, jamás deberíamos poner límites a la curiosidad, pues con ella conseguirán desarrollarse.
De los 3-5 años hay una pregunta estrella: ¿Por qué? ¿Por qué nos bañamos? ¿Por qué come una manzana? ¿Por qué es de noche? Los pequeños, sienten mucha curiosidad, pero a veces también es miedo por todo lo nuevo que no conocen y de ahí la ráfaga de preguntas.
La rutina mata la curiosidad.
Si bien al momento de educar es necesario tener algunas, también debemos reconocer que existen muchas ocasiones en las que se puede variar. Desde cambiar la forma de saludar, el ambiente, los materiales (usar temperas en lugar de plumones, por ejemplo), explicar con canciones o títeres, etc, etc.
Entonces, ¿Cómo incitarlos a saber?
La recomendación aquí es provocarlos. El amor por el saber funciona por contagio, imitación o seducción. Recuerden que los niños aprenden en modo espejo y nosotros los adultos somos el mejor ejemplo que pueden encontrar.
Tenemos que dejar la imposición (tienes que aprender esto, debes leer esto) y compartir inquietudes, entusiasmarnos como lo hacen ellos ante nuevos aprendizajes, descubrir lo que nos rodea y aprender, con ellos, a mirar dos veces a nuestro alrededor, porque todo tiene una historia que puede despertar nuestra curiosidad.
Según las neurociencias el cerebro solo aprende si hay emoción, y jugar es el mayor generador de emoción que existe. Por tanto, todo lo aprendido a través del juego se aprende más y mejor. Gracias a él nos acercamos al mundo que nos rodea, experimentamos, observamos, aprendemos y adquirimos competencias para la vida. Y como dice Albert Einstein: “El juego es la forma más elevada de la investigación”.